lunes, 22 de junio de 2015

El País de las Pesadillas - Capítulo 03


Capítulo 03

Ni el gran alboroto de los pasillos del palacio fue capaz de despertar al joven príncipe, que estaba tendido en su enorme cama, a salvo entre las sábanas de mejor calidad de la ciudad. Demasiado perezoso se negaba a interrumpir su dulce sueño. Tenía unas largas pestañas, que descansaban inmóviles mientras dormía. Las bellas facciones de su rostro le otorgaban un aspecto demasiado frágil a pesar de que su altura casi alcanzaba el metro ochenta. De vez en cuando se removía inquieto, susurrando palabras que no tenían nada que ver las unas con las otras.

La imagen de un amplio bosque era el principio de su sueño, donde a pesar de los densos árboles, era capaz de moverse libremente. Encontrarse en ese lugar le era cómodo, ya que lo sentía demasiado familiar pero a su vez, por más que lo pensase, no recordaba haber estado allí antes. Esa inquietud no duró mucho debido a que disfrutaba sin que nadie le ordenase o le echase la bronca. Sus cabellos anaranjados ondeaban gracias a la suave brisa veraniega, tenía unos hermosos ojos de un intenso color ámbar. Sin embargo, un minúsculo objeto entró en contacto con ellos, causando que los cerrase de golpe. De repente se estremeció porque, por arte de magia, notó como una mano acariciaba su mejilla, dándole el valor para volver a abrirlos. Cuando lo hizo, un leve soplo alivió el escozor. Una espesa cabellera negra y una amplia sonrisa de relucientes dientes fue todo lo que logró visualizar, el resto del cuerpo de aquella persona no era capaz de distinguirlo, lo percibía borroso. No pudo evitar sonreír abiertamente como un crío, estaba realmente a gusto a su lado, pero aquella persona desapareció en un instante.

–¡Hermano…! –gritó entre sudores incorporándose de golpe. Alterado miró a su alrededor, lo único que divisaba eran los muebles de su habitación, aquel hermoso paisaje se había desvanecido junto al apuesto hombre. Dio un gran suspiro y después limpió su húmeda frente con el dorso de la mano. De pronto el sonido de la puerta abriéndose le sobresaltó, alguien había entrado en sus aposentos, bastante agobiado.

–¡Siento llegar tarde! –se disculpaba el pequeño de traje blanco, haciendo una gran reverencia. El alto dueño, tras observar al intruso, respiró mucho más tranquilo.

–Ah… eres tú, Yamada –volvió a dejar su cuerpo caer contra el colchón –Pensé que se trataba de Jin –dijo con tono malhumorado –Ahora, déjame dormir un poco más… –se cubrió por completo con las sábanas mientras el pequeño de ojos azules intentaba impedírselo agarrándolas.

–No, por favor… no me lo pongas más difícil… –se quejaba con una expresión triste, su labio inferior cubría el superior y sus ojos se empañaban por las lágrimas. Sentía miedo de no cumplir su cometido, pero el príncipe se negaba a hacerle caso –¡Es importante! –elevó un poco el tono de voz. A pesar de que gritarle a alguien de su estatus era penalizado con la muerte, ellos ante todo eran amigos.

–Ryosuke, no insistas –encogió sus largas piernas para conservar el calor, Yamada había conseguido arrebatarle las cobijas –Mi única prioridad en este preciso momento es seguir con lo que estaba haciendo… –un sonrojo se apoderó de las mejillas del mayor, aunque pasó desapercibido para su compañero.

–Pero… Takaki… –susurraba muy nervioso, lo que tenía que contarle era algo de suma importancia, excesivamente urgente, muchísimo más que dejarle dormir a sus anchas.

–¡No me voy a mover de aquí ni aunque se esté incendiando el castillo! –protestaba de forma caprichosa, lo único que ansiaba era volver a retomar su apacible sueño.

–Escúchame… –pero por mucho que insistiese, se negaba a prestarle atención y mantuvo los ojos cerrados. No se podía evitar, su cabezonería e inocencia eran sus principales características, una vez que decidía algo, era imposible hacerle cambiar de opinión –Tenemos que asistir a una reunión con Akanishi… –o mejor dicho, solo existía una cosa capaz de conseguirlo.

–¡Haber empezado por ahí! –al escucharlo no le dejó terminar de hablar, rápidamente se puso en pie y obligó al más pequeño a salir de sus aposentos. Cogió uno de sus trajes y empezó a vestirse. El joven aristócrata tenía en muy alta estima a su hermano mayor, éste siempre le había protegido de todo, tanto del difunto rey, Akanishi Takeshi, como de cualquier abusón que se revelaba contra la corona.

En realidad el príncipe no era consciente de la verdad. La gran mentira había comenzado antes de su nacimiento. Su padre había engañado a su madre, mantuvo relaciones sexuales con una criada, Etnia, durante mucho tiempo. Ésta quedó embarazada, y, a pesar de la difícil situación en la que se encontraba, amaba con locura a Takeshi, por lo que tomó la decisión de concebir al hijo que llevaba en su vientre, Jin. No obstante, eso era algo que sin duda mancharía la reputación del rey. Tener un vástago no entraba en sus planes, por lo que obligó a su amante a irse de la ciudad, logrando que nadie descubriese así el ultraje que había cometido.

Takaki Tsukiko, la reina y madre de Yuya, murió seis años después de aquél acontecimiento, tras darle a luz. A él se le otorgó en memoria a la difunta esposa, el apellido materno, convirtiéndose en Takaki Yuya, al que le pertenecía la corona real. Fue una lástima que ese título le durase tan poco. Al mes siguiente, una mujer llegó a palacio con intención de hablar urgentemente con el rey. Después de varias horas, consiguió su objetivo y pudo encontrarse con él. Se trataba ni más ni menos de la sirvienta con la que tuvo a su primer hijo. Estaba muy enferma y no le quedaba mucho tiempo, por lo que le suplicó que se hiciese cargo del niño. No tenía más familia y, sin nadie que se ocupase de él, su amado hijo acabaría teniendo el mismo final tan desafortunado. Sintiendo compasión del pequeño, y sin testigos de su deshonra, decidió aceptarle en su seno, ya que compartían un vínculo de sangre. Lo adoptó e hizo un comunicado oficial al pueblo.

–Queridos habitantes, he de contaros una noticia que traerá felicidad a esta ciudad –comentó Takeshi apoyado en el balcón –hace unos años, nuestra querida Tsukiko y yo estábamos esperando un bebé –se podía escuchar el asombro entre los aldeanos –Pero debido a unas complicaciones durante el parto, nos dijeron que nuestro hijo había muerto a las pocas horas de venir a este mundo –hizo una pausa, y sin ningún pudor, fingió dolor tras recordar esa supuesta tragedia –Fue idea de la reina ocultaros esto, no queríamos haceros sufrir, ni poneros tristes… –se echó hacia atrás, y sin dejar de actuar, se limpió las lágrimas que corrían por sus mejillas –Pero… hoy me enteré que en realidad había sobrevivido. Una de mis sirvientas logró salvarlo, lo cuidó como suyo, alimentándolo y educándole. Hoy por fin he sido capaz de conocerle –colocó las manos bajo las axilas del muchacho y lo sostuvo para mostrárselo al público, con una sonrisa –Es cierto que hace poco hemos sufrido muchísimo con la pérdida de mi esposa, pero sé que ella hubiese deseado que celebrásemos su regreso a casa. Esto traerá luz a nuestras vidas y mi deber como padre es darle al primogénito el derecho a convertirse en soberano, además, estoy seguro de que cuando yo ya no siga aquí, él cuidará de todos vosotros –tras esa sarta de mentiras, las cuales todo el mundo aceptó con alegría, al recién llegado se le otorgó el apellido paterno, pasando a llamarse Akanishi Jin.
_____

–Pasad por favor –a pesar de las cosas crueles que le había dicho, aún mantenía una sonrisa relajada y me ofrecía alijo en su hogar. No quería, me negaba a entrar y estar cerca de él. No podía evitarlo. ¡Le odiaba! Era consciente de que no era testigo de aquellos actos, pero… ¿quién más podía ser? En la escena del crimen solo se encontraban ellos, y Yamada me transmitía confianza.

Una tos me sacó de mis pensamientos, el objeto de mis pesares se empezaba a impacientar, cosa que me puso el doble de nervioso. Estaba tan histérico que cuando noté la mano de Koki sobre mi hombro, dejé escapar un grito de pánico.

–Lo siento –me disculpé mirándole apenado, había retirado su gesto preocupado de la misma forma que aparté antes al propietario de la vivienda. El sentimiento de culpabilidad iba en aumento, me sentía fatal. Miré sus amarillentos ojos en busca de una solución, y a través de ellos mi reciente compañero me dio el valor necesario para entrar dentro. Intenté mantener la vista alejada del anfitrión, pero era imposible. Su mano, alejada de mí cautelosamente, me indicaba que tomase asiento en uno de los sillones, y así lo hice. La casa era pequeña, a duras penas cabía una salita de estar y la cocina. A la derecha podía ver una escalera de madera, supuse que la morada poseía una segunda planta.

Disimuladamente eché una mirada, por primera vez llena de curiosidad, a ese hombre alto. Salvo por ese terrorífico color de ojos, se le veía… humano. Su pelo castaño era más oscuro que el mío, al igual que su tez. Mientras le examinaba a escondidas, colgó la chaqueta del traje en un perchero y no pude evitar fijarme en cómo los músculos de su espalda se marcaban debajo de la camisa blanca. Me quedé embobado espiándole, hasta que mi vista se posó encima de su trasero. Al instante agaché la cara muy avergonzado, el corazón me latía con mucha fuerza y mi mente no dejaba de pensar que era muy atractivo. ¿Qué es lo que me ocurría? Me obligué a mí mismo a tranquilizarme, y una vez lo hube logrado, me fijé en las facciones de su cara. Sentía la extraña sensación de querer explorarle a fondo. Entonces aprecié su nariz. No pude evitar sonreír un poco, era pequeña y redondita. Todo él, incluso a pesar de temerlo, me parecía perfecto. De repente sentí que el tiempo se detenía cuando reparé en sus labios. Tan carnosos y tentadores que por un momento, llegué a pensar que deseaba…

–¡No! –me levanté de golpe dando un salto, estaba en completa tensión. Él era mi enemigo, no podía anhelarlo de esa manera. Necesitaba de una vez por todas, explicaciones a mis preguntas. Levanté un poco la vista, ambos se veían sorprendidos y preocupados por mi grito. Pero quien acabó anonadado fui yo, al comprobar que en aquella casa había una persona más. Fijé mi atención en él, se encontraba saliendo de la cocina, transportando cuatro tazas de té sobre una bandeja. Intercambiamos las miradas por unos segundos, sus ojos, de un penetrante color esmeralda, consiguieron que toda la rigidez que agarrotaba mis músculos se esfumase.

En ese momento me paré a pensar, algo parecido había ocurrido minutos atrás con Koki, no comprendía cómo habían sido capaces de tranquilizarme, me pregunté si era un don que ambos tenían o, por el contrario, si era cosa mía. Por el momento no era consciente de la verdad, pero sin duda había algo en los tonos claros que me serenaba.

Me llamó la atención las dos largas orejas de liebre que sobresalían de su cabellera negra y rizada. También percibí como todo su cuerpo temblaba de arriba abajo, por lo que el hombre del sombrero le quitó la fuente metálica. Mientras éste se acercaba, Tanaka me obligó a sentarme de nuevo, haciéndolo también sobre uno de los brazos del sofá. Su larga cola rozaba mis piernas continuamente.

–¿Quiénes sois? ¿Qué clase de lugar es éste? ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Qué queréis de mí? ¿Por qué tuvieron que morir mis tíos…? –ante la última pregunta, varias lágrimas surcaron mis mejillas. Mientras, empezó a repartir una taza a cada uno y después, me acercó su pañuelo para que me limpiase. Al rozar sus dedos, sentí cómo un escalofrío me recorría entero. Me ruboricé un poco a la vez que me secaba con la suave tela.

–Entiendo que debes de tener mil incógnitas –dijo mientras bebía lentamente –Y responderé todas, sin embargo, no contamos con demasiado tiempo en este instante, por lo que debo centrarme en las más importantes –dejó sobre el regazo su gorro de copa –Mi nombre es Yamashita Tomohisa, soy el líder de la rebelión y el encargado de guiarla. Es cierto que no contamos con un enorme ejército, pero entre mis filas se encuentran guerreros con increíbles poderes, capaces de enfrentarse sin problemas al tirano que se hace llamar a sí mismo emperador… –en ese momento no pude evitar interrumpirle, acababa de recordarlo.

–¿Tú eres Yamashita-kun? –mis palabras salieron solas y él asintió mientras mi cerebro asimilaba esa idea –Yamada… me habló de ti… no me contó mucho, tenía prisa… pero dijo que había sido idea tuya traerme aquí… y que yo os salvaría… –los tres se miraron entre sí durante unos segundos, cosa que me alarmó considerablemente –¿Qué se supone que pinto yo en todo esto? –no pude evitar elevar un poco el tono de mi voz.

–Tranquilízate por favor, Kazuya… –le volví a interrumpir cuando le escuché nombrarme.

–¿Cómo es que sabes mi nombre…? –en ese momento me incorporé e intenté salir de aquella vivienda. Estaba muy asustado pero antes de darme cuenta, Tanaka me sostenía por detrás, impidiéndome así que pudiese moverme –Suéltame… no quiero permanecer en este lugar, tengo mucho miedo –la nostalgia a mi mundo aumentaba con cada palabra que pronunciaba.

–No te asustes, no tienes que temernos. Mi misión principal es mantenerte a salvo. Si fui a buscarte y te traje conmigo fue porque corres un gran peligro –noté como el miedo se esfumaba, así que mi compañero de aventuras me soltó y regresó al lado de los otros dos –Como ya sabrás, éste astuto y escurridizo felino es Tanaka Koki –tras pronunciarle me mostró una sonrisa reluciente, la cual devolví –Le necesitamos, es él único que cuenta con un sinfín de habilidades, y la más importante ya la conoces. Su elemento es el aire, puede controlarlo a su voluntad, desaparecer y transportarse es como un juego para él –después señaló al chico de mirada verde –Kato Shigeaki con tan solo ojear a alguien, es capaz de intuir las intenciones de éste. Su poder mental –se tocó con un dedo la sien mientras hablaba –no tiene fin. Además, es nuestro enlace con el brujo, puede comunicarse telepáticamente con él, y eso es de gran ayuda –le observé maravillado y noté como se ruborizaba tras aquella mención, lo cual me dejó intrigado.

–¿Quiénes vienen a por mí? Antes Koki me salvó de un montón de soldados, ¿quién los lidera? –di un par de pasos hasta colocarme frente a ellos.

–Akanishi Jin, aquel despreciable que gobierna este lugar utilizando el miedo de los demás, inventando leyes estúpidas para castigar a cualquiera que vaya en su contra. Es un ser despiadado y tú, Kazuya, eres su mayor enemigo. Desconozco cómo puedes ayudarnos, pero sabemos que tú eres la llave para liberarnos, y él quiere destruirte. No permitiremos que te ocurra nada, así que confía en nosotros… –tras escucharle, comprendí que ellos no iban a ser ninguna amenaza para mi vida sino todo lo contrario.

–Lo haré, creeré en vosotros –a pesar de que no habían sido resueltas todas mis dudas, una vez que vi a Yamashita sonreír aliviado, el estado de alerta se esfumó de mi cuerpo y empecé a sentirme muy cansado –¿Podríais ofrecerme cobijo en vuestra casa? –les pregunté con las pocas fuerzas que tenía, mis ojos se cerraban solos.

–Claro, nuestro hogar es el tuyo –al comprobar lo exhausto que estaba, me acompañó amablemente hasta el segundo piso, ayudándome a subir las escaleras. Una vez allí, abrió la puerta de una habitación pequeña pero acogedora, con solo una cama en el centro –No es gran cosa, pero espero que sea suficiente –incluso a riesgo de parecer descortés, me dejé caer sobre el colchón. La sensación de comodidad era tan reconfortante que después de tanto tiempo, el sueño se apoderó de mí.
_____

El estruendo sonido de las sirenas de la policía me despertó. Notaba mi cuerpo demasiado pesado cuando me incorporé. Extrañado al percibir el tacto del barro en mi piel, inspeccioné mí alrededor. Me llevé una gran sorpresa al encontrarme en medio del arrozal cercano a mi hogar. Todo me daba vueltas y no entendía nada. Juraría que me quedé dormido tendido en esa mullida cama, y no sobre la plantación.

–¿Quién es usted? –una voz desconocida me sacó de mis pensamientos, al levantar la vista comprobé que era un agente de la ley.

–Ah… mi nombre es Kamenashi Kazuya… vivo a un kilómetro de aquí… –observé como apuntaba la información en una libreta, estaban intentando resolver el caso de homicidio de mis únicos parientes. Me entregó un papel con un número de teléfono y me dijo que si veía a alguien sospechoso llamase cuanto antes, después se marchó dejándome solo.

De camino a casa recapitulé todo lo que me había ocurrido ese día. ¿Y si creé aquél extraño mundo tras sufrir un síndrome postraumático?

Abrí la puerta y me senté en un sofá a ahogar mis penas, sin mis tíos aquí me sentía realmente solo. Ni Yamashita-kun, ni los demás habían sido reales. Cerré los ojos y un par de lágrimas surcaron mi rostro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario