martes, 16 de junio de 2015

Sabaku no Ousama - Capítulo 02


Capítulo 02

-Contesta, Makoto… -exigió un impaciente Rin. Justo durante aquella pausa silenciosa, apareció un muchacho bastante alto, que reclamaba la atención del rey -Seijuro… -chasqueó la lengua. 

-Alteza –hizo una pequeña reverencia, llevándose la mano al pectoral –siento interrumpir, ¿podría venir un momento? –la idea no pareció contentarle demasiado, no obstante, después de soltar un gruñido, los dos abandonaron la estancia, dejándonos algo de intimidad. 

-Haru, Haru… -Makoto repitió mi nombre varias veces más. Al final acabó abalanzándose sobre mí, llorando tanto que en el fondo se veía adorable –eres tú, ¿verdad…?

-Sí, soy yo… -respondí con una tenue sonrisa. Cerré los ojos mientras me acomodaba en los brazos de mi amigo, mi mejor amigo, al que había extrañado. 

-Te he echado de menos… –seguimos abrazándonos durante un buen rato, hasta que al final se separó para contemplarme de arriba a abajo -¿por qué estás aquí…? –al escuchar aquella pregunta mi rostro mostró una mueca sombría, creo que incluso se asustó al verme así.

-El pueblo… ya no existe, nos invadieron… -titubeé. Rememorarlo logró que me volviese a doler intensamente el corazón, al igual que aparentemente a Makoto.

-¿Y la gente…? –indagó de nuevo. No hizo falta que contestase a ello, pronto se dio cuenta del resto de la historia –menos mal que estás vivo… -volvió a estrechar mi cuerpo contra el suyo, tanto que mi herida se resintió –perdona… -tras la disculpa prosiguió a desvestir la parte superior de mi torso, percatándose del gran corte que surcaba la zona –siempre has sido muy fuerte Haru, tan capaz de afrontar hasta el obstáculo más grande…

-¿Eres su sirviente…? 

-¿Eh…? –me miró, probablemente asombrado por el cambio de tema. No dejé de visualizarle mientras propagaba por mi pecho un ungüento de un profundo olor mentolado. Necesitaba saber qué había sido de su vida una vez se marchó de mi lado –podría decirse que sí, soy el criado de Matsuoka…

-¿Fue él quien te forzó a ello…? –rápidamente enfurecí tras escuchar que mis sospechas se corroboraban, por lo menos parte de ellas. 

-En realidad me compraron en una trata de esclavos… –me erguí de golpe, haciendo que Makoto se sobresaltase –¡tranquilo! –suplicó, procurando calmarme –no puedo quejarme, cualquier otro amo habría sido mucho peor… 

-Huyamos… -sugerí ante su desconcierto –escapemos de aquí, lejos, tú y yo… –unos pasos resonaron por todo el pasillo, alterando al castaño.

-Lo siento, Haru, me encantaría pero… no puedo hacer eso… -mis esperanzas se desvanecieron al oír su negativa –no te preocupes, te sacaré de aquí aunque no vaya contigo, te lo prometo…

-¿Ya has terminado? –dijo Rin. Jamás pensé que una voz me molestaría tanto. Makoto asintió y recogió los restos de la vasija rota, procediendo a marcharse tras presentar respetos a su superior. 

-Con permiso… -musitó un apenado Tachibana. La rabia se apoderaba de mí cuanto más veía el rostro de aquel despreciable hombre. Cerró la puerta una vez Makoto salió del cuarto y me quedé a solas con la persona a la que detestaba. Nuestros ojos se encontraron, no obstante, me giré, despreciándole de manera visible. Matsuoka tomó asiento de espaldas a mí, aprovechando para soltar por fin aquel enorme turbante rojo que portaba sobre la cabeza. 

-¿Me odias? –pronunció en un tono severo, dejando caer un par de mechones de pelo sobre su frente. No respondí sin embargo a su curiosidad, consiguiendo que su ya habitual malhumor aumentase –de acuerdo, no voy a presionarte a hablar, pero… -sirvió té en dos tazas de plata, apartando una supuestamente para mí –creo que conozco el motivo por el cual te has rebelado… -a través de un espejo que reflejaba su cara, vi que daba un sorbo a la bebida, degustándola con los párpados cerrados -se trata de ese criado, Makoto, ¿no es así…? -sigilosamente me levanté de la cama y cogí del suelo un trozo de cerámica partida que había pasado desapercivido. Tras ello, me aproximé al tirano y coloqué el filo en su cuello, provocando que abriese los ojos –¿pretendes matarme…?

-Podría hacerlo… -clavé levemente el extremo en su yugular y una minúscula gota de sangre se deslizó por su piel.

-¿Y qué te retiene entonces…? –sus dedos acariciaron los míos, no comprendía cuales eran sus intenciones. Sujetó finalmente mi mano y me obligó a apuntarle firmemente a la garganta, ¿estaba loco? –vamos, hazlo, mátame... –ordenó ferozmente -¡hazlo! –me cogió por las muñecas y dejé caer el fragmento de la tinaja. Al forcejear, hizo que retrocediera hasta su lecho. Me sorprendía la fuerza bruta que poseía –mátame y acaba con esto… 

-¿Te satisface controlar la vida de los demás…? –susurré. La nariz de Rin rozó mi mejilla y sentí algo húmedo caer en mi rostro. 

-La tuya sí… -me soltó y se incorporó. Por un momento me pareció ver que lloraba, ¿podía un ser tan cruel dejar salir al exterior una muestra de debilidad? –te rescaté de que yacieses solo en medio de aquel páramo, me debes obediencia… 

-Si es así prefiero que seas tú el que me mate a mí… -sus afilados dientes aparecieron al toparse con mi dañina contestación. 

-No vas a irte jamás, ¿lo entiendes…? -se apresuró a dejar la habitación, vociferando antes de dar un portazo -¡jamás!
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- Flashback -

-¡Makoto! –grité sobrecogido y desesperado. No solté su mano por mucho que tirase de ella con la intención de desengancharse, no podía perderle. 

-Haru, nunca me voy a olvidar de ti, te lo juro… -tendió los brazos a la espera de que le esposasen –cuídate, cuida de ti por mí… -esbozó una agradable sonrisa, esfumándose acompañado de unos extraños.

-¡Makoto! –le perseguí hasta que me caí de bruces, tropezando con una de las tantas piedras que había en el camino. Ese día lloré amargamente mirando a la nada, culpándome por el sacrificio que había hecho la única persona en que confiaba. 

- Fin del Flashback -

Me incorporé de golpe en la cama, sudando al revivir en sueños aquel triste día. Aunque divisé cautelosamente cada rincón de la alcoba, no encontré al dueño del palacio por ningún lado. Era mi oportunidad, la mejor y tal vez única que tenía para ser libre.
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-Mi rey, Matsuoka… –se acercó hasta su posición, logrando que el susodicho guardase en un bolsillo el colgante con el que andaba jugando.

-Aiichiro, ¿qué quieres…? –rechistó. Eran pocas las ocasiones en las que el pequeño no andaba tras él, e incluso ahora, que precisaba disfrutar de la melancolía, su mano derecha no se la otorgaba. 

-Ya que no puede dormir tal vez podría hacer algo por usted… 

-Gracias por el ofrecimiento, pero no es necesario –refutó, intentando que el chico de pelo gris no se pusiese muy pesado. 

-Por cierto, he visto a su hermana caminando por los jardines cercanos al edificio central, tuve la sensación de que algo la afligía, señor –Rin conocía de sobra el tozudo carácter de su pariente, seguramente seguía cabreada. Aunque le costó dar el primer pasó, acudió a regañadientes al encuentro de Gou, que se dedicaba a pasear entre las columnas a altas horas de la noche. 

-Hermano… -pronunció extrañada al verle allí. El alcázar donde residían era tan inmenso que pocas veces coincidían, sólo lo hacían cuando la menor le buscaba expresamente. De nuevo se sintió rabiosa al tenerle delante, así que decidió pasar por su lado sin darle la más mínima importancia. 

-¿Es que no vas a perdonarme…? –agarró a la chica por el brazo, impidiendo que se marchase lejos de su alcance –sé que no debí haberte gritado, así que vale, lo siento, ¿contenta…? 

-No del todo… -se quedó pensativa, irritándole como ya era costumbre en ella.  

-Sé que a veces pierdo la razón cuando me llevan la contraria, pero contaré contigo a partir de ahora para tomar cierto tipo de decisiones –afirmó. 

-Rin… -de un salto se lanzó encima de él, llegando a colgarse del cuello del pelirrojo. 

-Vale, ya está bien… -se la quitó de encima, aunque no consiguió apagar las risas alegres de su hermana menor. 

-Oye, ¿te has hecho daño…? –señaló el arañazo de su nuez. 

-Tranquila, simplemente que me está costando más de lo que pensaba domar a ese gato salvaje… 

-¿Vas a dejar que se vaya? –por un momento se quedó callado, incomodando a la muchacha que seguía muy pegada a él. 

-No, conseguiré que elija quedarse a mi lado, y de ser así, ya no tendrás motivos para estar disgustada conmigo, ¿cierto? 

-Por supuesto… -se cruzó de brazos la princesa, sacándole ligeramente la lengua –aunque no creo que haya alguien en este mundo capaz de soportarte…

-Eh, tú… -la chica volvió a soltar una risotada, se sujetó a la cintura de su familiar y los dos comenzaron a deambular en compañía. 
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El pasillo estaba oscuro, a pesar de que algunos candiles destellaban una acogedora luz. Me encaminé por el enrevesado palacio en busca de mi amigo, no escaparía de allí sin él, lo había decidido sin importar que declinase en un principio mi oferta. Estuve a punto de chocarme con algunos sirvientes que aún continuaban trabajando, sin embargo, no había ni rastro de Makoto. Me escondí tras un portón a la espera de que desalojasen la sala, pero las cosas no podían salir tan bien.

-¿A dónde crees que vas? –mi circulación se heló, era seguramente el fin de mi corta aventura –me temo que tienes que volver a los aposentos, antes de que su majestad se entere de tu intento de huida –ahora que había llegado hasta allí no me daría por vencido. Apreté los puños y di otro paso, pero una lanza se cruzó en mi camino. El soldado de pelo azul imposibilitó que me moviese, aparentaba estar dispuesto a luchar si volvía a oponerme a la advertencia. 

-Da igual si me retienes hoy, mañana volveré a hacer lo mismo, hasta que por fin alcance mi objetivo… 

-Entiendo, vete entonces… –apartó el arma, dejándome vía libre –sal fuera y vuelve a verte en las condiciones de las que mi amo te sacó, no me importa en absoluto tu martirio… -de repente, me acorraló contra la pared, examinándome atentamente –lo único que me atormentaría sería su reacción…

-Tu amo es un hombre vil y mezquino, se merece lo peor… -afirmé, ante las carcajadas del extraño guardia. 

-Es cierto que su personalidad es bastante complicada, pero fíjate en las murallas que ves a lo ancho y largo de este reino, las luces de cada morada, su gente… -por primera vez se alzaba ante mí un enorme y elegante territorio, era incluso conmovedor –todo es posible gracias a Matsuoka, créeme –la incertidumbre crecía en mi interior al conocer la supuesta realidad, no quería confiar en ello. 

-A esto no se le puede llamar libertad… 

-Te equivocas, los que aún permanecemos aquí es por interés propio, somos libres de irnos cuando lo consideremos conveniente –ahora entendía que tal vez me había excedido con Rin. 

-Si es así, deja que tome yo esa decisión… –el centinela del rey se retiró, aceptando mi propuesta. 

-Suerte en tu viaje, que nada te retracte –por fin veía el extenso y negro cielo, las estrellas que lo adornan, era reconfortante. Podía decidir a donde ir, qué hacer, como vivir, se trataba de un nuevo comienzo –avisa al rey… -ordenó Rei a otro lacayo, sin que me enterase de ello –el muchacho se ha escapado…
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Di al fin un indeciso paso hacia el exterior de las murallas y una pequeña brisa se manifestó para ayudarme a salir. Me abracé el cuerpo a causa del frio que me sacudía, las noches en el desierto eran complicadas. Me dirigí al sur sin rumbo fijo, sólo debía guiarme por el viento y dejar que las posibilidades apareciesen ante mí. Por supuesto, pensaría alguna estrategia para regresar a por Makoto, al que dejé por el momento atrás. El desánimo no tardó en llegar al verme solitario en mitad de la nada, si seguía así no aguantaría mucho a mi pesar. Las voces masculinas de varios individuos se acercaron repentinamente a mí, con suerte obtendría de ellos algunas indicaciones. 

-¡Disculpen! –tosí, corriendo torpemente por la arena. La distancia me impedía ver de cuantas personas se trataba -¡aquí! –alcé el brazo y lo moví, llamando la atención de tres hombres –me he perdido, ¿serían tan amables de ayudarme…? –antes de que pudiera siquiera moverme, me rodearon, agarrándome violentamente. 

-¿Llevas algo de valor encima? –preguntó uno de ellos, cacheándome. 

-No, no tengo nada… -de nuevo me jugaba la vida, ¿en cuántos líos me iba a meter en tan poco tiempo?

-Es cierto, el muy inútil camina sin sustento alguno por el desierto –confirmó otro de ellos. 

-¿Qué deberíamos hacemos con él…? 

-¿Y si nos aliviamos un poco…? –les empujé asustado al oír y procesar aquel comentario. 

-Tiene una cara bonita… -cuando Rin me elogió anteriormente de aquella manera no resultó tan asqueroso. Luché por escapar sin descanso, pero mi voz se quebraba al gritar tanto. Iban a violarme, prefería cualquier otra cosa a que alguien me tocase de esa forma tan sucia. 

-Socorro… -solté un sonido lastimero. Uno de los individuos chilló, y al mirarle comprobé que la sangre salía a borbotones de una de sus manos, la cual había sido mutilada.

-¡Haruka! –bajó el pelirrojo de su caballo, ¿había venido a por mí?

-¿Matsuoka…? –su mirada daba miedo, tenía los ojos más rojos de lo normal. No dudó ni un segundo en enfrentarse a ellos, hiriéndoles de gravedad frente a mi atemorizada mirada -¡para! –me encaré a él, no estaba dispuesto a dejar que convirtiese aquello en una masacre -¡ya ha sido suficiente! –por más que los asaltantes pidiesen piedad, no se la concedería tan fácilmente. Le aplaqué aferrándome a sus piernas –detente ya, por favor…

-Largaos… -dictaminó tras meditar seriamente mi petición. Sin decir mucho más, me agarró por las caderas y me llevó con él de vuelta.
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Allí me veía de nuevo, encerrado en su lujosa habitación. Rin me cargó en brazos hasta un sillón y recostó mi cuerpo exhausto. No me atreví a dirigirle la palabra, incluso aparté de mala manera su mano cuando quiso acariciarme la cara. 

-¡¿Eres imbécil?! –voceó -eso es lo que ocurre cuando un idiota sale solo, sin protección y con ropajes caros… –no sólo era prepotente, sus modales dejaban cada vez más que desear. Si quería discutir no estaría dispuesto a hacerlo, podía llegar a ser increíblemente fastidioso. Una mancha rojiza resaltaba su brazo entre los tejidos blancos del traje, ¿resultó herido en la pelea? 

-Sí que soy imbécil, e idiota… -atrapé su mano, poniendo mucho cuidado en ello, y al destapar el antebrazo vislumbré un pequeño corte cerca de la muñeca. No dije nada más, me sentí fatal al verle lastimado por mi culpa. Empecé a limpiarle con un trapo empapado en agua, él se asombró al ver que me doblegaba por primera vez. 

-¿Haruka…? –confuso, entreabrió los labios. Unas piedras asomaban por su capa, estaban a punto de caerse. Al tirar de ellas me percaté de que se trataba de un collar, un brillante y hermoso collar.

-Esto es… -pronuncié completamente atónito, seguramente eran imaginaciones mías, ¿me estaba volviendo loco? 

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